martes, 7 de febrero de 2012

Desierto

Rodeado de belleza.
Sólo existe el peso de tu cabeza sobre mi pecho, el calor de tus brazos acordonando mi cintura.
Miramos el infinito mar mientras el gélido viento quiere colarse entre nosotros. Tu pelo hace contraste con el sol que empieza a esconderse dejando que sus rayos se alarguen con intensidad hasta rozar la orilla.
Un suspiro sale de tu boca. Ojala pudiera explicarte que soy capaz de proteger ese suspiro para que no se roce con el aire, ojala hubiera una manera de hacerte ver que quiero cuidarte, ser el protector de todo lo que forma parte de ti.
Giras tu cabeza para que pueda contemplar esos ojos junto con el brillo de esta enorme estrella que los aclara como si fuesen el centro del universo.
Con tu mano delicada coges un puñado de arena y tu sonrisa me avisa que una guerra va a comenzar. De un salto sales corriendo dejando tras de ti mi cuerpo lleno de ésta arena blanca.
Mis piernas obedecen rápidamente a las tuyas y comienzan a seguirte. Salimos rodando mientras tu risa llena el silencio de la playa. Necesito unos segundos para darme cuenta de que esto es realidad que no quiero separarme de tu piel ni un minuto más, que cada día te voy a conquistar y no te dejaré de pensar.
Sin saber cómo, nuestros labios acaban mezclándose con la tibia arena.

Rodilla en tierra, entregándote mi mano y con la luna como testigo: “¿Me concede este baile?” Con la nariz roja y las mejillas rosadas, no hay más sitio en tu rostro para que quepa esa inmensa sonrisa y el brillo de tus ojos contestan. No existe frío que nuestros cuerpos no puedan soportar. Bailamos al son de las olas del mar con las estrellas iluminando nuestras almas pegadas por debajo de la piel.
Es una forma de tocar el cielo sin despegar los pies del suelo.
Susurro en tu oído: “Le bajaré la voz al viento para poder escuchar tu respiración”.

No hacen falta palabras, todo queda dentro de un corazón.

No sé si lo he soñado pero me hace sentir vivo.
Aun no te he buscado aunque sé que lo viviré contigo.

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