Estoy en medio de una tormenta y no hay nadie alrededor.
No veo nada. Niebla por todas partes. Agobio incontrolado.
Supe que cogiendo este camino podía acabar así pero no puedo bajar los brazos y dejar de luchar.
No puedo mirar arriba para saber dónde está el norte porque ni el norte me quiere mirar.
Se cansó de esperar o simplemente de verme fracasar.
Con los pies embarrados, el pecho calado y las manos resecas no sé ni cómo actuar.
Miro a mi izquierda y no te encuentro en ningún lugar.
Esperaba verte allí, refugiada tras un techo, con la chimenea encendida y ese jersey tan reconfortante que cuando me echabas el brazo por los hombros sentía como desprendía tu calor.
Calor. Esa energía que derrochabas cuando en las cuatro paredes de mi habitación hacía que la luna se tapase los ojos para no ser testigo de eso a lo que yo pensaba que era amor...
Porque ahora estoy perdido y ni siquiera te has preocupado, o simplemente preguntado, qué es lo me hacía bien.
Sabes que no lo sabes, pero no mueves tu preocupación por intentarlo saber.
No pedía nada raro. No pedía nada extraño. Simplemente que te dejaras llevar por algo que late bajo tu pecho o por el escalofrío que recorre hasta tu pies.
Y ahora aquí estoy, en medio de la nada y sin ninguna esperanza de reencontrarnos.
Aquí estoy.
Perdido entre las aguas de éste nuestro océano.
Sin saber dónde ir, sin saber de dónde he venido.
Loco por buscarte y buscándote me he perdido.
Es una triste historia de amor recalentado.
Niebla por todas partes. Agobio incontrolado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario