Han entrado uno a uno los pétalos de esa flor olvidada que crecía en el jardín.
El viento ha abierto la ventana de un suspiro y las ha acompañado hasta posarlas suavemente en su cama.
El sol alumbra indirectamente el lado de la cama dónde ella se mordía el labio inferior y seguidamente sonreía.
Aún queda el aroma de su cuello calado en la almohada.
Podrá pensarlo una y otra vez, pero nada volverá a ser como cuando ese diente de león flotaba de una mejilla a otra en primavera y los dos embobados observaban cómo se movía al ritmo de la brisa del mar.
- "Es maravilloso cómo se mueve, ¿verdad?" Le dice ella con una sonrisa mientras va mirando como asciende.
- "Sí." - Responde él mirándola fijamente. - "La verdad que nunca he sentido tanta felicidad al ver unos ojos mirar al cielo."
Ella escondió su sonrisa, cruzó su mirada con la de él, y se abalanzó para abrazarlo mientras lo apretaba con más fuerza contra su pecho como si no quisiese que se escapase nunca de ahí. Lo cierto es que él no quería. No le importaba quedarse sin respiración mientras pudiese sentirla cerca y escucharla suspirar en su oreja.
Imposible explicar esa sensación, esa forma de sentir, ese amor.
Se mira al espejo y se pregunta, ¿qué cambió?
Si era amor lo que ella sentía, ¿o era sólo pasión?
Para él nada era insignificante y todo tenía una razón.
No se lo puede explicar, ¿qué fue lo que pasó?
Mira al cielo pero no encuentra esos ojos ni aquel diente de león.
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