Llevo varios días dándole vueltas, volviendo a la misma situación.
Si nada ocurrió, no entiendo esta sensación. ¿Por qué has llegado a ocupar mi mente? ¿Por qué sigues presente si nada pasó?
Juego a ser psicólogo de mi propio ego, detective de mis sentimientos.
¿Cómo pudiste entrar en mi interés, si ni siquiera abrí la puerta?
¿Qué clase de idiotez he provocado dentro de mi cabeza?
Esa sensación de que se pasó el tren, que no volverá a ocurrir, querer tirar la pared, tenerla aquí y querer aprender a que sabe su piel.
Si nada ocurrió, si nada pasó...
Si tu forma de hablar no hizo que mis oídos estuviesen en alerta, expectantes por ti, que apenas supe de que tratase la película, esa que pusimos para dormir. Esa película donde perdía mis pensamientos como un muñeco de cuerda, esperando una palabra ajena de ella, cercana a ti, para poder activarme y mirarte.
Si tu forma de reír no me provocaba una alegría, ni siquiera una sonrisa, si no ponía cara de no haber escuchado nunca una carcajada.
Si tu sonrisa no iluminó todo el salón, aún con las luces apagadas. Esas luces que apagamos para quedarnos ciegos pero ya estarían las farolas para contrarrestarlo.
¿Qué más puedo decir?
Si no me sentí idiota al intentar hablar.
Si no noté nerviosismo e inseguridad. Como si quince años tuviese y acabamos de quedar.
Si no quería mirarte de reojo cuando cerraste los ojos con previsión a descansar.
Si aún sigo sin pronunciar claustrofobia, sin fallar.
¿Y aún sigo sin saber qué pudo ser?
Si no quise rozarte.
Si no quise besarte.
Si no quise que esa película jamás terminase.
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