jueves, 13 de noviembre de 2014

Tic tac

Ahí está.
Se vuelve a pellizcar.
No hay rincón del cuarto que no haya llenado con su aire, ni estrella en el cielo que apagase al amanecer.
Caen gotas por su mejilla mientras fuera el viento se está enfadando.
Dorado y enmarañado está su pelo sobre la almohada, calando el aire de su cuello en ella.
Truenan las ventanas y de un salto se abrazan. Como si sus brazos fuesen paredes, la protege de cualquier mal, la estrecha fuerte hacía él y ella busca tal refugio.
Para de llover, pero no paran de latir los corazones. No para de escribirse esa historia.
Truena ahora en su interior.
Iluminando la habitación de un verde precioso, de una mirada implacable, de un abrazar sin contacto, de una magia que resalta su sonrisa.
Las manecillas del reloj están nerviosas: una quiere avanzar sin pausa, la otra quiere retrasar el tiempo. Quiere repetir una y otra vez sus encuentros, sus dar y recibir, sus te quiero y sus idiotas, sus besos y sus caricias, sus poemas y sus notas.
No hay nada más.
Que esperar al despertar. Al resurgir. Al volver a empezar.
A llenar de ilusión sus vidas, al imaginar sus mundos solo con idas.
Sin vueltas que retornen a un pasado.
Que ellos mismos son conscientes de sus propios pasos.
Parece que la manecilla del tiempo ya ha comprobado,
que se puede parar el tiempo, si ambos están al lado.