jueves, 12 de mayo de 2016

Háblame de otro lugar

Y ahora que el aire huele a vainilla, no sé si debo respirar.
Si cierro los ojos, tal vez la pueda encontrar.
Como esos abrazos eternos. Esa fuerza tan inmensa rodeando mi cuerpo.
Esa sensación de que ya puede desmoronarse el mundo a nuestro alrededor que yo, así, estoy protegido.
Dentro de mi se llegaba a articular: "no te vayas, no quiero verte marchar".
Y me gustaba.
Ese despiste casi perfecto, donde me podría acostumbrar a sacar el mechero de su bolsillo, sin ella saber dónde está.
O el momento en el que duerme, profundamente, pero sus manos buscan mi cuerpo como si fuese el punto de apoyo de sus sueños.
Mi dedo surcaba cada resquicio de su mejilla, para que cuando no este, poder dibujar su rostro en la almohada.
Siempre alegre. Cómo me gusta.
Un lunar solitario, posado timidamente en un labio, esperando ser rescatado por algun atrevimiento.
Podía tocar una sinfonía, en clave de sol, con mis dedos componiendo en su espalda caricias sin final.

Muchas cosas que decir,
otras que sentir.
Yo sin saber qué hacer.
Y, de repente, empieza a llover.

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